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Cuando nadie sonreía en las fotos

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Fotos. La historia de la fotografía es reciente en el contexto histórico del mundo. Aunque se vienen haciendo pruebas desde el siglo XVI, adaptando una habitación completa para este fin. De algo así hablaba ya Aristóteles para poder obtener imágenes de un eclipse solar.

En el siglo XVII se hicieron intentos de plasmar imágenes y se pasó a un dispositivo de madera que era transportable.

Pero realmente, la fotografía como tal nace oficialmente en 1839. De la mano de Joseph Nicephore Niepce, un inventor francés que dedicó muchos años de su vida a perfeccionar un artilugio que fuese capaz de captar imágenes que no se degradaban.

En 1826, Niepce fotografió la que se considera la primera imagen de la historia, conocida como “Vista desde la venta en Le Gran», para lo que utilizó una cámara oscura y una placa de peltre recubierta de betún.

El inconveniente era que para tomar una fotografía en la época, era necesaria una exposición de unas ocho horas a plena luz del día.

Daguerre, fascinado con el mundo de la fotografía que le enseñó Niepce, consiguió crear el daguerrotipo y otros sistemas que daban profundidad a la imagen, utilizándola en los espectáculos parisinos donde trabajaba como decorador teatral.

Niepce muere en 1833, y entonces Daguerre continúa experimentando la cámara de aquel con el apoyo del Estado francés,

Introducida la fotografía en nuestro mundo, cierto es que la mayoría de las personas que aparecían en esas imágenes en blanco y negro que muchos recordamos, no sonríen. Con semblantes serios, quizás de más, muestran un mundo sin color y con miradas tristes, pero esto no era así.

Lo que pasaba es que para hacerse una foto se debían estar casi treinta minutos con el mismo rictus, y conseguir esto con una sonrisa, provocaba un resultado nefasto, pues cuando alguien intenta sonreír durante tanto tiempo, la forma de la cara va cambiando al no saber mantener los músculos faciales en la misma posición, y veríamos unas fotografías con medias sonrisas malvadas.

Además, se creía que las únicas personas que aparecían en las fotografías sonriendo, eran las últimas de la escala social. Esto se lo debemos agradecer a grandes pintores como Touluse-Lautrec quien pintaba a trabajadoras de burdeles sonrientes, o a Goya y su famoso “El Tío Paquete”, dentro de su obra de serie negra.

Además de ser propio de la gente baja, sonreír era un atentado contra la decencia y el buen gusto. “La gente que levanta su labio superior tan alto que deja al descubierto sus dientes casi en su totalidad… ¿Por qué hacerlo? La naturaleza nos ha dado labios para ocultarlos”, escribía un escritor Francés en 1703.Y no le faltaba razón; durante años, las dentaduras no tenían nada que ver con las que se ven hoy en día. No había ortodoncias, ni implantes, ni hábitos de higiene bucal. No obstante, tener unos dientes feos era algo tan normal que la gente ya estaba acostumbrados a ellos y no había reparos en mostrarlos, pero no en una fotografía si querías ser alguien respetado.

Hacerse un retrato con cámara fotográfica requería de seriedad porque era  algo que iba a pasar a la posteridad y una falsa sonrisa no daba el toque de elegancia y seriedad que era preciso para ser eterno.

Llegó una moda en la que se fotografiaron personas difuntas para así tener un recuerdo suyo en la posteridad. Para ello era preferible no cerrarles los ojos antes de haber realizado el fotograma, y su cutis resaltaba por brillante, ante el del resto de acompañantes de la instantánea.

Las imágenes que vemos sobre personas nacidas a principios del siglo XX, aún conservan ese rictus tenso y serio, dando muestras de poder, de convicciones personales difíciles de destruir, cuando no es así.

Ya lo dijo Marc Twain cuando aseguró que una fotografía es un documento de gran importancia y pasar a la posteridad con una tonta sonrisa fijada para siempre, era una condena.

Es más, había que tener mucha alegría en el cuerpo para superar las terribles condiciones en las que se vivía, pues la miseria imperaba en los tiempos convulsos que tocó vivir a la humanidad con dos grandes guerras y la guerra civil española.

Julia Romero
Julia Romero
Julia Romero es profesora de Contabilidad y Banca y funcionaria. Ha obtenido el primer premio en diversos concursos de poesía, ha escrito obras de teatro, colabora en Radio 8 y es Presidenta de la Asociación Contra la Violencia de Género Ni Ilunga. Autora del libro "Zorra" y "Casas Blancas, un legado común".

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