Si eres una mujer, lo mejor que te puede pasar es no haber nacido en Afganistán.
En el año 2001 Estados Unidos llegó a este país con el propósito (?) de imponer una democracia que jamás llegó y de apresar a Osama Bin Laden y a sus militantes de Al Qaeda, a quienes el régimen talibán daba asilo y protección. Consiguió expulsar a los talibanes del poder, quienes se refugiaron en el país vecino: Pakistán, desde donde seguían luchando incansables por implantar su ideología, manteniendo una guerra civil hasta su nueva ascensión al poder.
En 2019, Ashraf Ghani, un antropólogo y ex empleado del Banco Mundial, se presentó a unas elecciones donde un escaso 20% de la población con derecho a voto, se acercó para depositar el mismo en las urnas.
Llegados al poder en pocas horas tras derrotar el débil régimen anterior, el 15 de agosto de 2021 vuelve a tornarse en miedo lo poco conseguido hasta entonces. El presidente del país huye, y los soldados de EE.UU. lo hacen quince días después, dejando en desamparo proteccionista a sus habitantes. Y, como siempre sucede, son los más desfavorecidos los que acusan de manera más drástica las consecuencias de una dictadura sangrienta y amenazante. En ese caso: las mujeres y los niños.
En septiembre de 2020, el Gobierno afgano liberó a miles de prisioneros talibanes quienes, supuestamente, en marzo de 2021, aceptaron un alto el fuego. Fue el momento justo para rearmarse, mientras miraban con alegría cómo el ejército americano empaquetaba sus enseres.
Junto a los soldados americanos, huyeron del país de forma precipitada y caótica, miles de ciudadanos afganos por temor a las represalias de los nuevos inquilinos del poder. En el momento que los talibanes se hicieron con el poder en Kabul, comenzaron los atropellos a los derechos humanos de todos los ciudadanos que habían ayudado a restaurar el orden en el país. Así, asesinaron a dos hijos de Fida Mohammad, exmiembro del consejo provincial de Kandahar.
Se mataba en grupos. En el distrito de Malistan, mataron a nueve hombres de la etnia hazara, el 30 de agosto, en Kahor se ejecutó sin juicio a otros nueve miembros de la Fuerzas Nacionales Afganas de Defensa y Seguridad, más dos civiles y una chica de 17 años. El 4 de septiembre, una mujer ex policía de Ghor, sufrió la muerte a tiros delante de su familia. Y así hasta sobrepasar con creces los cien asesinados por la única culpa de haber servido al ejército afgano antes de su llegada al poder. Esto es lo que se conoce, pero no toda la verdad.
Lo que sí es público es el déficit sanitario que ha hecho que durante los últimos meses del año pasado, se hayan cerrado más de 3000 clínicas por falta de financiación, ya que el programa Sehatmandi, que es el equivalente a nuestra Seguridad Social, ha dejado de recibir ayuda internacional.
Para subsistir, muchas familias recurren a los matrimonio pactados de sus hijas siendo aún unas niñas con hombres que podrían ser sus abuelos; o dejan a sus hijos pequeños que sirvan como concubinos a auténticos pedófilos a cambio de unos cuantos dólares.
Una mujer no puede salir sola a la calle si no es acompañada por su padre o un familiar masculino y directo. Sus salidas se limitan a asistir a los casamientos, o para mostrar sus condolencias ante un familiar fallecido o enterarse del estado de salud de un pariente.
Para salir de casa deben cubrirse con el típico burka, atuendo que cubre de los pies a la cabeza, pues les está prohibido mostrar un trozo de piel. Tienen prohibido conducir, opinar o divertirse, entre otras muchas cosas, cuya amenaza ante su incumplimiento, se basa en la proliferación de latigazos impuestos por un tribunal de su propia tribu.
Sin gobernar el país, los talibanes, agrupados en guetos, impartían su propia disciplina como si ellos arbitraran la justicia afgana.
Conocido fue el caso de una chica que cuando tenía 19 años en 2006, se encontraba con un amigo en el coche de éste, volviendo de la universidad, y un grupo de siete hombres, los atacaron, violando todos a la chica y profiriendo una paliza al chico. De ahí, se castigó con 90 latigazos a la chica por haber salido de casa con un hombre que no era su padre ni un familiar directo.
El abogado de esta chica recurrió y el castigo se ha duplicado hasta proferirle a ella 200 latigazos, y por hablar públicamente del tema, se le ha prohibido mantener contacto con ella, se le ha retirado la licencia para ejercer, además de ser condenado por desacato.
Pero esto será lo más conocido. Su odio a los homosexuales, así como la prohibición de mantener relaciones prematrimoniales con mujer alguna, según su interpretación fanática del Corán, hacen que el proxenetismo y la prostitución con niños sea muy común.
El Islam, de forma totalmente extremista, es el medio de gobierno de estos terroristas. Prohibir, atemorizar y asesinar en nombre de Alá es su mayor orgullo, puesto que subjetivizan el Corán a su modo, haciendo con ello que toda ley, toda forma de vida y toda educación, giren en torno a la religión más ortodoxa.
La economía principal de Afganistán proviene del cultivo de la amapola, convirtiéndose por ello, en el mayor país productor de opio del mundo. Miles son los habitantes que, a cambio de poco más de 400 euros al mes, recolectan el néctar lechoso de esta flor que, al secarse, se convertirá en polvo.
Hay poca gente que se enfrente al régimen talibán en su propio país, pues la sentencia a muerte está confirmada; pero desde el exilio hay personas que está luchando de manera incansable para que, sobre todo, se conozca la situación actual de Afganistán. Así, la activista Massouda Kohistani durante su visita a Palencia, afirmó que “todos los días matan a gente”, pero, en especial, a mujeres. “Todos los días, tras levantarme y abrir mis redes sociales, me entero que han matado a alguien más”. “La semana pasada arrestaron a 41 chicas en una provincia al norte del país porque estaban intentando organizar una protesta y desde entonces no tenemos noticia de ellas”.