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Así se creó el donut y su agujero

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Los primeros bollos conocidos son originarios de la Antigua Grecia, donde ya habían inventado la empanada, y parece ser que, al diluir la misma masa en más agua, obtenían una consistencia más suave que horneaban y endulzaban.

Pero los romanos fueron más ingeniosos aún, y lo que hacían era coger una porción de masa y darle forma con las manos antes de introducirlas en agua hirviendo o freír en aceite muy caliente.

Pero hay que proseguir en el tiempo muchos siglos más tarde para dar forma a un bollo que hoy conocemos como donut. Y fue gracias a los holandeses en el siglo XVI donde cocinaban un bollo de aceite conocido como “olykoek” que se preparaba con masa y azúcar y se freía después, típico de la Navidad.

Como casi todo lo relacionado con los colonos, el donut, a principio del siglo XVII cruzó el Océano Atlántico y llegó a Estados Unidos, donde los ingleses lo denominaron “dough nut” o pasta de nueces. Ni que decir tiene que aquel postre se expandió rápidamente entre la población y su éxito fue inmediato.

Pero lo que no tenía el bollo era el famoso agujero en el centro. Se trataba simplemente de una masa redonda, de un tamaño parecido y muy dulce, pero que era difícil de cocer en el centro, donde se quedaba crudo la mayoría de las veces.

Hasta que un día, Hanson Gregory, un marinero americano que vio cómo su madre preparaba los donuts, allá por 1847 y las quejas de ésta sobre el problema de su cocción, tuvo la ocurrencia de hacer un agujero en el centro de la masa y con ello consiguió que el donut quedase uniformemente hecho por todos los lados y mejoró mucho su sabor.

Más de doscientos años haciendo la masa del donut sin agujero fue demasiado tiempo. Era un bollo más hasta conseguir identificarlo de esta manera. Y, aunque los ingleses quieren el mérito de su creación, lo cierto es que en el estado de Pensilvania, los holandeses ya habían tenido esa ocurrencia de manera independiente.

De ahí viene el refrán americano de que “en América es posible alcanzar la fama por inventar un agujero”. Eso dice la placa de bronce puesta al pie del monumento dedicado a Hanson Gregory en Rockport, estado de Maine, localidad natal del marinero.

En España existen antecedentes del donut en el siglo XV, sobre todo en Castilla y en Cataluña, donde una masa frita algo dulce y con su agujero en el centro que se comía caliente y embadurnada de miel, era un manjar propio para el invierno y que era tradición comer el día de difuntos.

En el libro “Arte de cozina, pastelería, vizcochería y conservería”, de Francisco Martínez Montiño, cocinero mayor de Felipe II, se dan varias  recetas que se explican referidas a buñuelos y toda clase de bollos y fruta de sartén, algunas de las cuales son casi idénticas al donut. Podríamos afirmar que en España, por ejemplo, los Reyes Católicos, ya degustaban donuts, aunque bajo el nombre castellano de bollos de hechura.

En España la marca Donuts fue registrada en 1962 por la empresa Panrico. Después de más de 50 años y, pese a los muchos intentos tanto de marcas competidoras como de cocineros y consumidores en blogs de cocina, nadie aún ha conseguido igualar su sabor y textura.

No es necesario ser Homer Simpsons para alegrarse ante un donut bien hecho, y en América son muchas las pastelerías que se dedican a ellos, pero en Texas, en Round Rock Donuts, puedes incluso comerte uno del tamaño de tu cara, y que te preparan al momento. Eso sí, suele haber una tremenda cola para poder probar su manjar estrella.

El donut tiene su propio día en Estados Unidos. El primer viernes de junio de cada año, a raíz de una propuesta del Ejército de Salvación de Chicago en 1938, se conmemora “el día del donut” para honrar a sus miembros que sirvieron rosquillas a los soldados durante la Primera Guerra Mundial.

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Julia Romero
Julia Romero
Julia Romero es profesora de Contabilidad y Banca y funcionaria. Ha obtenido el primer premio en diversos concursos de poesía, ha escrito obras de teatro, colabora en Radio 8 y es Presidenta de la Asociación Contra la Violencia de Género Ni Ilunga. Autora del libro "Zorra" y "Casas Blancas, un legado común".

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