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Madre Angelini: ¿Cómo discernir y acoger al pequeño en la Iglesia de hoy?

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Comunicado de www.vaticannews.va —

Publicamos el texto íntegro de la introducción a la misa, pronunciada por la Rev. Maria Grazia Angelini OSB durante el segundo día (lunes 2 de octubre) del retiro espiritual para los participantes en el Sínodo en Sacrofano, Roma. La eucaristía es presidida por Monseñor Anthony Randazzo, obispo de Broken Bay (Australia).

Rev. María Grazia Angelini OSB

El Evangelio proclamado cotidianamente en la Eucaristía regenera y acompaña los días de la Iglesia. Y, por lo tanto, también del Sínodo. Entronizar el Evangelio será el solemne rito inaugural. Pues bien, en la cotidiana espera de escuchar y en la apertura a la Palabra, damos carne a aquel acto, en su verdad no puramente ritual.

No es casualidad, es una feliz coincidencia que hoy nos salga al encuentro precisamente el pasaje evangélico de Lucas en el que Jesús concluye la primera etapa de su itinerario misionero, para iniciar el camino hacia Jerusalén (Lc 9,51-56). Es un cambio decisivo en la vida de Jesús, en el arduo proceso de formación de los discípulos por el camino que conduce hacia su “éxodo”. Es un punto de inflexión que arroja una luz muy suave también sobre un hoy decisivo del camino de la iglesia en sínodo. La visión espiritual de los discípulos es siempre lenta, pero Jesús empuja con paciencia hacia adelante.

En la narración de Lucas, se concluye la primera parte de la misión itinerante de Jesús, el anuncio del Reino en Galilea (4,14-9,50), iniciado en Nazareth con la predicación en la sinagoga y – ya ahí – el rechazo de los suyos (Lc 4,14-30). Estamos por lo tanto ante un cambio: Jesús deja Galilea. Una decisión reveladora. Decisiva, performativa para la maduración de un estilo discipular (y sinodal). Representa una especie de “nueva partida” para Jesús, cuesta arriba, después del impacto con el rechazo de los jefes y con la lentitud de los discípulos.

Se había ya creado una tensión, una especie de gap comunicativo, no solo con los jefes religiosos, sino también entre Jesús y sus propios discípulos, tras el descenso del monte de la transfiguración (9, 37-43). Y un padre entre la muchedumbre había advertido esta discrepancia, lamentando que los discípulos, débiles en el creer, no hubieran sido capaces de liberar a su hijo epiléptico. Y, sin embargo, la muchedumbre admira maravillada a Jesús y lo aclama, sin conocer el sentido profundo de la señoría de Jesús, pero invenciblemente atraída (9,43) por Él.

Pues bien, frente a la maravilla confundida de la multitud por sus prodigios, y a la vergüenza de los suyos, Jesús ha apenas anunciado con fuerza a los discípulos, y es la segunda vez, la meta hacia donde caminan: “Escuchen bien esto que les digo: el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres” (Lc 9,44).  Pero sus oídos permanecen cerrados al misterio de esta entrega, no entienden el anuncio, queda velado para ellos, y tienen miedo de hacer preguntas (9, 45). A tal punto que, como única respuesta, buscan cerrar filas, compactarse entre ellos, se proponen para guiar el rescate: se discute quién es el más grande (9,46).

Así en el corazón, y entre ellos, por el camino surge – ¡paradoja! – un dialogismòs, una discusión, una conversación (no precisamente espiritual…). Un poco como con los discípulos de Emaús, cuando el “hablar demasiado” resulta dispersivo, no conduce a ninguna parte. Conocemos bien esta fatiga comunicativa…

Pero no por esto Jesús retrocede: maestro de autoridad “diferente”, toda la paciente pedagogía divina se revela en Él. Decidido, con una estupenda y simple acción simbólica desvela los pensamientos del corazón: atrayendo a sí a un pequeño – paidìon – los desconcierta y les cambia la dirección. Para abrir su mente al misterio del Reino, de Dios y de los humanos, toma a un niño acercándolo, como diciendo: “El orden verdadero es otro. Es otro el modo de seguirme. Otro el servicio al Reino. Otro el mandamiento. Otra la prioridad: acogerme, del mismo modo con el que se acoge a un pequeño. Dios, el Padre, ¡es así!”.

“Jesús – escribe el P. Bonhoeffer – “es un descubridor del niño (…) ve en el niño la luz de Dios. Dios pertenece a los niños y a ellos pertenece la alegría de la buena nueva (Los escritos, p. 40). El “pequeño” es para Jesús, sobre el eco de toda la historia de la revelación de Dios, la incesante maravilla, el horizonte lleno de futuro, el alma de la misión, la purificación de pensamientos retorcidos. Punto luminoso de parábolas y enseñanzas de Jesús. Recibe esta mirada de toda la Revelación de Dios: desde el pequeño, el ultimo nacido, rey David escogido por Dios para su reino (1Sam 16,1-15), hasta el hijo menor de la parábola (Mt 21,28-32). Acoger al elegido de Dios y a Dios que lo envía, en el pequeño (Mt 25,31-46). Este será el itinerario hacia Jerusalén, y hasta al juicio final. Nada dado por sentado. Lo demuestra la continuación de la narración evangélica. Y no solamente.

Existe un profundo lazo entre cómo la comunidad cristiana se relaciona con el irrelevante, el pobre, el invisible – incluso, a veces, el inoportuno –desde un punto de vista mundano, y la acogida del diseño de Dios.  Y esta visión no puede no informar todo el proceso sinodal. Mas allá de toda retórica y actitud pueril. Es un cambio de los criterios, a partir de aquello que se agita en el corazón. Y también el tono de la conversación espiritual hará bien en dejarse evangelizar.

Jesús hace pensar, en el principio y aún más hoy. Aquel exorcista no pertenece al grupo de los más cercanos, y, sin embargo, cumple las mismas buenas obras de los discípulos, tenía en el corazón el bien de los demás. Y Jesús lo reconoce, lo protege, hace intuir que para la libertad de Dios hay otra elección no estructurada – es el lazo que une a Jesús con aquellos de “afuera”.  Pensemos en el samaritano (Lc 10, 33). El extranjero ha realizado aquello que los discípulos, poco antes, no habían sido capaces de cumplir, el exorcismo. Hay una semilla del Verbo en cada ser humano tocado por la libertad de la gracia que se reconoce por su ser -anónimamente, gratuitamente – “para ustedes”.

Esta libertad de Jesús, ya firmemente decidido en su dirección hacia la Cruz, evangeliza la misión de la Iglesia: la libertad y fluidez de sus pasos en medio a una humanidad marcada por mil contradicciones debe en verdad evangelizar el proceso sinodal.

Jesús, por lo tanto, antes de endurecer el rostro hacia Jerusalén, con gesto altamente revelador se avecina un niño y lo señala como camino. Este Evangelio es un potente faro para los encuentros sinodales. Expresa un método, una conversión incesante que hay que actuar, un modo de caminar por el camino del Evangelio, siguiendo las huellas de Jesús. Expresa un estilo sinodal, o sea discipular, frente a eventos insólitos y diferencias insidiosas, a los mismos conflictos – interpersonales o de conciencia. Acogeremos por lo tanto con temor y reconocimiento – como iglesia “materna”, enviada a cuidar más que a afirmar la propia potestas superior -, este estilo del discípulo: en gracia del Señor Jesús, el paidion del Padre, el “entregado en las manos”.

¿Cómo discernir, y acoger, al pequeño, al pobre, en la iglesia de hoy?

“Et tu puer propheta…”. Extranjeros y peregrinos en medio a una humanidad en afanes, estamos llamados a una nueva vigilancia sobre los pensamientos del corazón, y a discernir y acoger la profecía del “pequeño” – lo imprevisible. Como un perderse y reencontrarse en los ojos del niño. Aquí en verdad puede darse un punto de inflexión; aquí puede encontrar nuevo inicio el camino de conversión “hacia Jerusalén”, prototipo del camino sinodal.

Texto original, sin modificaciones

Se publicó primero como Madre Angelini: ¿Cómo discernir y acoger al pequeño en la Iglesia de hoy?

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