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Ibrahima: El Papa acarició mis cicatrices y rezó por los que buscan la salvación

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Comunicado de www.vaticannews.va —

El joven senegalés, recibido el martes 2 de julio por Francisco en la Casa Santa Marta, relata la emoción del encuentro con el Pontífice, a quien contó su historia de torturas en las cárceles libias y entregó su libro, escrito «para dar voz a los que no lo lograron».

Francesca Sabatinelli – Ciudad del Vaticano

El Papa se acarició las cicatrices, cerró los ojos, se emocionó y prometió rezar por los que yacen en el fondo del mar, por los hombres, mujeres y niños que siguen encerrados en los lagers libios, por los que atraviesan el desierto del Sahara en busca de un lugar seguro. Y luego por los pobres de todo el mundo, por los que, especialmente en África, no tienen ninguna posibilidad de conseguir una gota de agua o un plato de comida. Por los que mueren bajo las bombas.

Ibrahima Lo, que ahora tiene 23 años, tenía 16 cuando salió de Senegal en 2017, rumbo a Europa. Él, junto a la gambiana Ebrima Kuyateh, y Pato, marido de Fati y padre de Marie, muerta de sed en el desierto -que ya se reunió con el Papa en noviembre de 2023-, fueron recibidos por Francisco el martes 2 de julio por la tarde en Casa Santa Marta acompañados, entre otros, por el padre Mattia Ferrari, capellán de Mediterranea Saving Humans, y el fundador de la ONG Luca Casarini.

El encuentro con Francisco

Me emocioné cuando me llamaron porque el Papa quería vernos, conmovido y emocionado», cuenta Ibrahima, «normalmente se le ve de lejos, rodeado de mucha gente, y en cambio yo estaba con él en una habitación y podía tocarle con la mano. Me dijo: ‘Ibrahima, te he visto, ¿cómo estás, dónde vives? Le di mi libro, le conté mi historia y le pedí que rezara por los que sufren, que rezara también por mi amigo, que cuando estábamos en Libia, en la cárcel, soñaba con llegar a Italia para ser futbolista. Pero no lo consiguió, acabó en el mar, y el Papa me dijo que rezaría. También le conté que soy musulmán, pero que me hice scout porque creo en la fraternidad. Me dijo: «Todos somos hermanos y todos somos hijos de Dios». Esto me impresionó mucho».

Las cicatrices que dan fuerza

Ibrahima vive en Venecia y es autor de dos libros, el último, que salió a la venta el 15 de junio, es «Nuevo viaje – Mi voz de las orillas de África a las calles de Europa», el primero «Pan y agua. De Senegal a Italia pasando por Libia’, son los testimonios de hombres, mujeres y niños, de los que lo consiguieron y de los que no. Un libro que describe esas cicatrices tocadas por el Papa y que dan fuerzas a Ibrahima para seguir adelante y contar su experiencia, la de un joven que en seis meses de viaje, saliendo de Senegal, sólo pasó tres semanas en libertad, el resto del tiempo estuvo en cárceles libias, golpeado y torturado cada día. «Una vez que estos libios vinieron a la celda y nos dijeron que para salir de la prisión tendríamos que pagar un dinero que no teníamos, nos ordenaron que les diéramos el número de alguien que pudiera pagar por nosotros. Tres de nosotros, dos nigerianos y un gambiano, no teníamos a nadie» y los libios los mataron ante los ojos de Ibrahima. La defensa de este chico de sólo 16 años contra las palizas de sus verdugos fueron sus manos, lo único que pudo hacer fue levantarlas para ‘proteger mi cabeza’, y son ellas las que llevan hoy las cicatrices tocadas por el Papa.

Moussa, Farah y los que no sobrevivieron

Ibrahima, en Senegal, sólo tiene una tía, la decisión de marcharse a Europa le viene de la orfandad, con el sueño de convertirse en «periodista para dar voz a los que no la tienen». E incluso un viaje tan duro le permite hacer amigos, la gente que se encuentra por la calle, con la que intercambia contactos, los de las redes sociales. «Pero muy poca gente me contestó, significa que no lo consiguieron», es la pena de Ibrahima. El recuerdo que siempre llevará consigo es el rescate, el suyo y el de todas las personas que iban en la lancha neumática con él. Ese fue el preciso momento en que cesó el miedo. «Era el miedo que teníamos detrás, no delante, porque teníamos miedo de que los libios nos devolvieran, y en ese momento hubiera sido mejor morir en el mar que volver a Libia para experimentar un sufrimiento sin fin». Ibrahima recuerda que, junto con el suyo, hubo otro rescate, pero de sólo cuatro personas, el otro centenar o más que iban en la lancha neumática subieron al barco en «sacos negros, y fue entonces cuando me di cuenta de que no lo habían conseguido». Como no lo consiguieronMoussa o Farah, el primero era ‘mi amigo que soñaba con ser futbolista’, ella, en cambio, Farah, ‘era una mujer orgullosa, cuando estábamos en Libia, los libios la cogían y la traían a casa a la fuerza’.

El Papa habló a Ibrahima y Pato de las cicatrices, las del cuerpo y las del corazón, para las que, explicó el joven senegalés, «no hay medicina, ni médico, ni siquiera un hospital», porque son enfermedades que los muchos Ibrahima llevarán siempre consigo.

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