Comunicado de www.vaticannews.va —
La colaboración mutua entre los distintos niveles de las instituciones eclesiales fue el tema del segundo encuentro teológico-pastoral celebrado en el Instituto Augustinianum. De Salis Amaral: la polarización, los conflictos, la globalización no siempre nos unen. Autiero: corresponde a cada comunidad encontrar el «principio de unidad». Wijlens: el deseo de que los consejos pastorales se conviertan en vehículos de una Iglesia sinodal
Edoardo Giribaldi – Ciudad del Vaticano
La Iglesia local, «parte del todo», es decir, parte de la Iglesia universal en la que está «presente y activa», formada «a imagen» de ese mismo «todo». En la tarde del 16 de octubre, ha tenido lugar en el Pontificio Instituto Patrístico agustino de Roma el segundo Foro teológico pastoral organizado en el contexto del Sínodo sobre la Sinodalidad.
«La relación mutua Iglesia local-Iglesia universal» fue el tema que guió las intervenciones moderadas por la profesora Anna Rowlands, miembro del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y titular de la Cátedra Santa Hilda de Pensamiento y Práctica Social Católica de la Universidad de Durham (Reino Unido).
Los ponentes, padres y madres de la asamblea, que se turnaron en el estrado del Aula Magna del agustino fueron: El profesor Antonio Autiero, sacerdote de la diócesis de Nápoles desde 1972 y profesor de teología moral primero en la Facultad de Teología de la ciudad napolitana y después, desde 1983, en la Universidad de Bonn; la profesora Myriam Wijlens, teóloga holandesa, consultora de la Secretaría General del Sínodo, profesora ordinaria de Derecho Canónico en la Universidad de Erfurt, Alemania y, para el Dicasterio para la Unidad de los Cristianos, vicemoderadora de la Comisión Fe y Constitución del CMI y de la Comisión Internacional Anglicano-Católica Romana; el profesor Miguel de Salis Amaral, sacerdote portugués, profesor de teología en Holy Cross, director del Centro de Formación Sacerdotal de la misma universidad y consultor teológico del Dicasterio para las Causas de los Santos; y el cardenal Robert Francis Prevost, prefecto del Dicasterio para los Obispos.
Riqueza en las diversidades
El cardenal desarrolló su discurso a partir de dos experiencias vividas personalmente relacionadas con su formación episcopal. Mientras asistía a un curso de formación de pastores en Roma, organizado por la entonces «Sagrada Congregación de los obispos», se «insistía en el papel del obispo para ayudar a los locales a mirar más allá de los límites de la diócesis individual, ampliando sus horizontes, para promover la comprensión de lo que significa formar parte de la Iglesia», dijo Prevost.
El episodio se remonta al 2011. Otro, más reciente, se refiere siempre a la formación de los obispos, esta vez en tiempos más recientes: «Los obispos de Asia y África – relató el responsable del Dicasterio –normalmente asistían a un curso separado, a través del Dicasterio para la Evangelización», respecto a los demás obispos occidentales; en cambio, «este año el curso se organizó en estrecha colaboración entre los Dicasterios implicados, para que todos pudieran encontrarse».
El cardenal Prevost leyó una evaluación proporcionada sobre el nuevo método de enseñanza, que fue acogido con gran entusiasmo, ya que ofrecía «una experiencia de la naturaleza universal de la Iglesia que no puede encontrarse en ningún otro formato».
La oportunidad de sentarse con obispos de todo el mundo, «el mero hecho de poder dialogar», hizo que el aprendizaje «mereciera la pena». En opinión del cardenal, tales declaraciones proporcionan «una clara indicación del tesoro que puede revelarse cuando nos sentamos juntos con personas de todo el mundo».
Esta comunión dentro de la Iglesia se hace explícita en los saludos de San Pablo en sus cartas. Las Iglesias locales no son «meras partes» de la universal, que es «la suma de todas». Esto se produce por el «ser misterioso» de las distintas comunidades, «en su riqueza» que se encuentra precisamente en su diversidades.
La Iglesia que vive en todas partes
Conceptos que el cardenal reiteró también al margen del evento con los medios vaticanos, subrayando «el principio de la unidad de toda la Iglesia»: «Todos unidos en el único cuerpo de Jesucristo».
«A lo largo de la historia de la Iglesia, la formación de comunidades locales ha sido una realidad en diferentes lugares, pero siempre con referencia a la única Iglesia de Cristo», reiteró el prefecto de los obispos. En este sentido, aclaró, la Iglesia universal no debe ser vista «simplemente como la suma total de las partes de todas las partes; está presente en cada una de las Iglesias locales».
«No debemos tratar de entender esto como una cuestión de matemáticas o geografía, sino verlo a un nivel más profundo de comunión. La Iglesia vive en todas partes». El propio San Pablo, repitió el cardenal, «siempre subrayó la unidad de la única Iglesia. No hay comunidades separadas».
En una porción, todo el pueblo de Dios
También tomó la palabra el profesor de Salis Amaral, que comenzó afirmando cómo las relaciones, incluida la que se examina en el Foro, se construyen precisamente a partir de la dinámica alentada por el Sínodo actual.
En la relación que une las diversas realidades eclesiales, las distintas entidades locales son fundamentales. El sacerdote portugués señaló que el Concilio Vaticano II había supuesto una primera apertura en este sentido. Se habló de las Iglesias locales como «parte del todo», en referencia a la comunidad eclesial universal, y al mismo tiempo «presentes y operantes en el todo».
Las comunidades particulares se forman así «a imagen» de la universal. Citando la La luz de las naciones.el sacerdote subrayó que «en cada Iglesia local» reside «la fuerza, la riqueza de todos los dones sacramentales y espirituales».
Para hacer aún más explícita la relación, se propuso la metáfora de una porción de tarta: «En cada porción está todo el sabor, todo el el pueblo de Dios».
El dualismo se hace explícito a través de los sacramentos: el Bautismo, «porque crea una relación con Dios pero también con los demás», pero también la Eucaristía: «En cada celebración la Iglesia está presente en su plenitud. De ahí la catolicidad exclusiva de cada Iglesia local».
Para concluir, el profesor constató el actual contexto mundial, afectado por «la polarización, el individualismo, las guerras, y una globalización que sólo nos informa sobre una parte de la realidad, pero no siempre nos une»; precisamente en este escenario los «pastores» están llamados a insistir «en la Iglesia» y en sus variados ámbitos «donde se viven relaciones verdaderamente humanas, de apertura al otro».
La primacía de las comunidades locales
El siguiente en tomar la palabra en el Aula Magna fue el profesor Autiero, quien señaló en primer lugar cómo «la Iglesia local, en sus articulaciones» representa «el lugar donde podemos» experimentar la «vida sinodal y misionera de la Iglesia en su conjunto».
La cuestión de la relación entre comunidades locales y universales está vinculada a la clasificación del concepto de lugar. Según el sacerdote napolitano, «sólo puede pensarse reductivamente como un simple espacio material, una coordenada geográfica, una entidad cuantitativa».
«El lugar es mucho más», en la medida en que representa el horizonte «dentro del cual confluyen distintos sujetos con intenciones compartidas, aspiraciones comunes». La Iglesia, precisamente. Por tanto, el «carácter del lugar» no puede reducirse a un elemento secundario, sino que, por el contrario, «entra en la sustancia» de la figura eclesial, concluyó el profesor Autiero. Corresponde a cada comunidad, añadió, encontrar en su interior el llamado «principio de unidad» tanto a través de la figura del obispo como de la «colegialidad» con «todo el cuerpo eclesial».
La experiencia de la Iglesia es así, en opinión del sacerdote, puramente «local». Los sistemas de «comprensión eclesiológica» se encuentran a menudo «cuestionados y provocados» por este postulado, que «no sólo exige adaptaciones procedimentales, o cosméticas marginales a nuestras prácticas consolidadas», sino que inyecta en las conciencias «la necesidad de una conversión, relacional pero también contextual».
El profesor Autiero concluyó su intervención con una reflexión sobre la «cuestión planteada» durante el Sínodo, «relativa a la posible creación de un Ministerio de la Escucha», que podría dirigirse precisamente a las comunidades locales, las cuales tendrían entonces la oportunidad, a través de sus «elementos de discernimiento», de sugerir la puesta en marcha o no del proceso de creación. Tal práctica representaría un «verdadero ejercicio de reciprocidad entre las Iglesias».
Consejos diocesanos y plenarios, el ejemplo de Australia
La ponencia del profesor Wijlens, por su parte, abordó las diversas formas de consejos pastorales diocesanos y parroquiales, por un lado, y de consejos plenarios, por otro. De los primeros, se señaló, «el pueblo de Dios» pide «mucho más, quiere que las normas canónicas los transformen en verdaderos vehículos de una Iglesia sinodal, que les permita participar en el oficio real de Cristo».
Junto a ellos están los Concilios Plenarios, caracterizados por una «cooperación estructurada» y capaces de «expresar nociones de catolicidad, también para la Iglesia universal». El profesor Wijlens los sitúa a medio camino entre las comunidades locales y las universales. En ellas participan todos los obispos activos en un determinado territorio, pero otras categorías diversas de personas «pueden y deben ser invitadas». Entre éstas, el profesor señaló algunas: «vicarios generales y episcopales, rectores de seminarios, decanos de facultades de teología».
Un modelo alternativo propuesto por el teólogo holandés es el de la Iglesia australiana, «que recientemente celebró un concilio plenario» en un contexto de «profunda crisis debido a los escándalos de abusos sexuales». Los obispos «sintieron que ellos solos no podrían restablecer la confianza en la Iglesia», por lo que hicieron un llamamiento a todos los fieles para que «se involucraran para poder emerger».
La participación más amplia de los llamados miembros «invitados» se concedió a través de un «indulto de la Santa Sede», lo que dio como resultado una membresía de 44 obispos y 275 fieles. «También los miembros no episcopales tomaron plenamente las decisiones». Las modificaciones de estas instituciones «para satisfacer las diferentes necesidades» son, según la esperanza final de Wijlens, «el camino a seguir».
Se publicó primero como Prevost: la riqueza del diálogo en la diversidad