Comunicado de www.vaticannews.va —
De la columna «Luz y Gravedad» en la revista mensual «Lugares del Infinito» a un volumen que es un auténtico anuario del sector a lo largo del siglo XX, en el que el arquitecto de fama internacional recoge pensamientos y reflexiones
Maria Milvia Morciano – Ciudad del Vaticano
«Luz y Gravedad» era la columna que el arquitecto Mario Botta dirigía en la revista mensual de itinerarios, arte y cultura «Luoghi dell’Infinito», suplemento cultural de «Avvenire», donde recopiló un diario a lo largo de los últimos cinco años, escribiendo sobre edificios sacros modernos y contemporáneos de todo el mundo. La mirada de un arquitecto no se compone sólo de reflexiones, análisis formales e impresiones: en efecto, todo esto existe, pero siempre subyace un sustrato analítico, técnico. El volumen «Cielo en la tierra. Un siglo de iglesias y capillas de arquitectura moderna y contemporánea”(“El cielo en la tierra. Un siglo de iglesias y capillas en la arquitectura contemporánea”) de la histórica Libri Scheiwiller editorial relanzada por 24 Ore Cultura, ofrece al lector el privilegio de conocer en profundidad una estructura arquitectónica y de poder disfrutarla a través de un lenguaje plenamente comprensible, especializado, pero no especialista, no dirigido exclusivamente a iniciados.
La relación entre el hombre y lo sagrado a través de la materialidad de la construcción
Es difícil definir las páginas dedicadas a los edificios sagrados de las que se ocupa Botta. Hay más. Fulvio Irace, en la introducción, califica el libro un Baedeker para el nuevo milenio. Las páginas siguen un orden cronológico, mientras que los lugares marcan distintas trayectorias, el epicentro en Europa -de Malta a los países nórdicos-, algunos ejemplos vitales en América Latina, en Estados Unidos y Extremo Oriente. Con palabras que parecen bocetos, son las descripciones formales y tipológicas de los distintos edificios. Sin embargo, hay un aspecto que siempre está presente, un sentimiento que une cada señalación, como evidencia Irace cuando escribe «cada edificio habla del sentido más profundo de su análisis, del respeto al hombre, de las exigencias de las comunidades. De las necesidades de la ciudad y de los territorios, del vínculo que cada acto de construir plantea en relación con necesidades propias del espíritu». En pocas palabras, «intenta responder, como arquitecto, a la eterna pregunta del hombre ante lo Sagrado».
Un siglo sorprendente
La historia de la arquitectura está llena de estudios centrados en los edificios de culto. Por otra parte, las primeras manifestaciones de la forma construida, desde los tiempos más remotos, tienen en la mayoría de los casos una función religiosa. Recortar un espacio -del verbo griego τέμνω, «cortar», que por extensión se convierte en τέμενος tèmenos, lugar sagrado- donde la comunidad pueda reconocerse, en el que celebrar y rezar, es una necesidad arraigada en los orígenes del mundo.
En la época contemporánea, tantos siglos después del X milenio a. C -fecha del lugar de culto más antiguo jamás descubierto, el de Göbekli Tepe, en Turquía-, los edificios religiosos siguen representando una realidad indispensable en la historia de la arquitectura moderna, como afirmó el arquitecto alemán Rudolf Schwarz, en la primera mitad del siglo XX, gran intérprete de la arquitectura sacra en asociación con el teólogo Romano Guardini, a quien el propio Mario Botta menciona al comienzo de su libro y sobre el que se detiene, hablando a los micrófonos de los medios vaticanos, para explicar la razón de su interés por la arquitectura de lo sagrado y el consiguiente motivo de la publicación del libro, un anuario del siglo XX donde las diferentes expresiones eclesiásticas -iglesias o capillas- representan los marcadores del tiempo.
«Los mejores arquitectos siempre han tratado los temas de lo sagrado, y la sorpresa, analizada en este libro, es que son precisamente los mejores arquitectos los que marcan la historia de la arquitectura todo cortoy no sólo la historia de la arquitectura eclesiástica. Los mejores arquitectos, los mejores proyectistas se han enfrentado al tema de lo sagrado, al tema del espacio de culto. Lo que surgió fue un panorama singular: en un siglo lleno de incertidumbres, donde surgieron guerras y pandemias, he aquí que la creatividad de la arquitectura en cambio ha parecido muy lozana», dice Botta, «porque casi todos los buenos arquitectos contemporáneos -hay al menos cincuenta en el volumen- dieron pruebas de investigación, pruebas de seriedad y también pruebas de la calidad de los espacios. Es una sorpresa para el siglo», concluye el arquitecto.
Reflexiones más lentas, para una arquitectura sacra
Los mejores arquitectos, los define Botta, pero no necesariamente famosos: junto a los maestros, también aparecen en El cielo en la tierra obras de arquitectos menos conocidos, porque este libro no está dictado por «querer escribir una historia de la arquitectura, sino una historia de la arquitectura sagrada, en la que también hay ejemplos de jóvenes arquitectos desconocidos o algunos que todavía están en la sombra o algunos que están emergiendo». “Me pareció acertado señalar a los que trabajan bien estos temas en particular», afirma Mario Botta, que prosigue: «La arquitectura de lo sagrado ofrece temas que imponen un compromiso considerable y una programación que no siempre sigue los ritmos de la arquitectura contemporánea, precisamente porque necesita una reflexión mucho más lenta y una experimentación continua.
En América Latina, expresiones de una fe profunda
A la pregunta de si la arquitectura de lo sagrado en este siglo muestra evoluciones visibles y si se puede hablar de una especie de globalización también en la arquitectura de lo sagrado, el arquitecto suizo explica que existe una pluralidad que se expresa a través de la riqueza de lenguajes. «Cada uno en su ámbito ha declinado la idea de lo sagrado con los aspectos relacionados con el territorio o el clima. Me sorprenden mucho, por ejemplo, las iglesias y capillas más pobres de América Latina y, por tanto, un esfuerzo un poco del inicio, que habla de las antiguas capillas, de las capillas históricas, como ocurrió a principios de siglo en la cultura mediterránea y europea. Así pues, una vuelta a los orígenes, a los valores primarios de la construcción donde encuentro la idea de gravedad, la idea de luz, la idea de umbral como relación entre el interior y el exterior mucho más clara que en la arquitectura todo corto. Lo sagrado me ha permitido identificar los problemas y dificultades inherentes al hecho de la arquitectura todo cortoy así redescubrir los elementos portadores primarios de la realización de la arquitectura en breve».
Entre las iglesias, de hecho, hay una en Venezuela, la de San Juan María Vianney en La Media Legua, en el Estado de Vargas, de los años 2008-2018, construida por lugareños que dejaron su trabajo en el campo para ayudar. «Es muy hermoso esto – apunta Botta – y también muy conmovedor pensar que una arquitectura autoconstruida por estos campesinos, que entonces eran los mismos que asistían a estas iglesias, naciera de las necesidades más ocultas, más primitivas y hasta más pobres, y por lo tanto que el regreso a la casa del Padre pasara por la humildad del hacer y el trabajo necesario en los días de fiesta. El voluntariado también daba espacio a estas formas de expresión».
El uso correcto de los nuevos materiales de construcción
Los nuevos materiales ofrecen grandes posibilidades constructivas, capaces de superar los límites estáticos. Mario Botta habla de formas atrevidas, mientras que hay otros ejemplos, como la iglesia de la autopista de Giovanni Michelucci, que tiene una precisión de construcción y, por tanto, presenta al mismo tiempo una buena arquitectura, sin olvidar la estructura. «Michelucci ya era un gran arquitecto incluso sin la iglesia de la autopista, por lo que era un constructor que ya tenía una gran tradición, y ésta, una de sus últimas obras, dio una forma expresiva incluso a materiales que ya había utilizado normalmente, como el hormigón, la piedra, por lo que fue una obra que llegó tarde en la madurez del arquitecto. Lo que me sorprendió en cambio, en relación con lo que hablábamos antes, fue que incluso de los neófitos, arquitectos jóvenes que no tenían una cultura arquitectónica como Alvar Aalto o Michelucci -que son dos ejemplos mencionados en el libro. El acercamiento a la arquitectura de lo sagrado probablemente estimuló un uso pertinente, un uso correcto de los materiales incluso para aquellos que no tenían mucha experiencia», concluye Botta. La conexión con el espacio circundante, en la arquitectura fundamental, es subrayada continuamente por Botta. En el libro, se presta especial atención al riesgo de crear una desproporción funcional con el lugar donde se construye una iglesia, de crear una falta de armonía, extravagancia, indiferencia hacia la planificación urbana con la consecuencia de caer en una tendencia autorreferencial. «Sí, éste es el peligro», asiente Botta, «y no sólo el peligro, también el error que gran parte de la llamada arquitectura eclesiástica ha documentado en nuestras agitadas décadas del siglo XX. Debo decir que el balance general no es muy favorable a las construcciones eclesiásticas. Muchas veces lo estrambótico, lo no convencional, la lucha por tener un signo emergente ha desquiciado incluso el valor total de la construcción eclesiástica, y por tanto, desde este punto de vista, así como por un lado he señalado las emergencias, los ejemplos que merecen ser considerados como buena arquitectura, por otro lado, implícitamente, también he criticado las «no señalaciones» de esas fealdades, de esa mediocridad -digamos- que desgraciadamente han caracterizado a la mayor parte de las construcciones eclesiásticas que hemos visto en el siglo XX.
La iglesia, signo emergente y elemento generador
El libro muestra, en su desarrollo y lectura de los distintos signos arquitectónicos, cómo la mirada de un arquitecto es diferente a la de un historiador. Mario Botta resume la diferencia, que «está implícita», y prosigue: «Soy ante todo arquitecto y, por tanto, emito un juicio que va más allá de la crítica actual. Miro la construcción captando los problemas del diseño, así que, en primer lugar, el contexto: está claro, una arquitectura marca un contexto de una manera particular porque los elementos de la historia han generado posteriormente un contexto de hábitat que muy a menudo en la arquitectura contemporánea no existe. Generar, ampliar un contexto y hacerlo parte del hábitat normal y cotidiano que encontramos en los tejidos antiguos es una primera categoría. Ya de por sí el elemento de la iglesia es un elemento emergente porque en la historia fue generador de otros contextos. En este caso, en el siglo XX, me parece que leemos el contexto del entorno como un contorno que no se originó a partir del brote de la Iglesia sino a través de otras leyes: las del desarrollo, las también de la intención comercial, terminando por connotar el hábitat del entorno. La Iglesia sigue siendo un signo emergente por sus valores inherentes, por sus valores documentados por una historia milenaria».
El contexto forma parte del proyecto
Cuando se le pregunta qué hace el arquitecto, en qué piensa cuando tiene que diseñar un espacio sagrado, cuando tiene que traer El cielo en la tierraMario Botta sonríe y dice que el título del libro es un poco cautivante para decir que una parte del cielo, y por tanto del espíritu que generó las iglesias, se puede traer prosaicamente a la tierra. El punto de partida es el contexto. «Empiezo por el contexto. El contexto forma parte del proyecto. Es otro elemento importante. No puede haber buena arquitectura sin contexto. El contexto es un todo que connota profundamente la primera idea de poner una piedra en el terreno, que es el acto generador, entonces, del hecho arquitectónico. Así que, desde este punto de vista, el contexto geográfico asume un valor muy importante con respecto al objeto de lo sagrado, ya sea una capilla o una iglesia o una catedral, debe volver como lo ha sido en la historia, un contexto que es generador del hábitat que lo rodea».
Se publicó primero como Mario Botta, en un libro la arquitectura sacra de un siglo